Si tú fueses Julia no
saldrías a la terraza. Es 7 de Julio y va a llover; las gotas caerán sobre la
uralita del patio, los relámpagos chispearán a través de los cristales, los
truenos con su rimbombante soniquete erizarán los pelillos de los brazos y los
pájaros dejarán de cantar, ahora eres Julia y llevas puesto un cortísimo mono
azul de rayas blancas sin mangas y tienes la regla ¿saldrías a la terraza?
La tela de tu improvisado
pijama chorrea de mala manera, la compresa está empapada y parece un pañal, tu
pelo un matojo, los cristales de tus gafas una luna sin parabrisas y hace frío, porque tienes agua hasta debajo de las
rodillas y corre algo de aire. Tu cuerpo te pide que salgas de la terraza, te
metas en casa y te chilla a voces que te seques e irónicamente, justo en este
momento, eres capaz de sentir y comprenderlo todo.
Pero no te engañes, no te
llamas Julia, y si es así no eres ésta. Nuestra Julia se estará empapando
mientras contempla la nada alumbrada por lo tambores de Cristo hasta que se
oigan pasos en la escalera y decida escabullirse rápidamente, porque no querrá
que su familia la tome por loca, se duchará, se lavará la cabeza y se secará
con el secador media hora el pelo porque si se lo deja al aire se le
encrespará, tenderá en algún sitio el mono y se pondrá alguna camiseta y algún
pantalón, cenará, se irá a la cama y mañana se suicidará.
No vive una situación de
entre guerra, ni un amor prohibido, ni vive en un país exóticamente oprimido.
Vive en una familia estable, en un entorno estable, y en un país estable, en una
época aparentemente estable. Y aun así su elección no parece completamente
estable. Tal vez se dio cuenta el verano pasado, cuando los jóvenes de hoy en
día "tienen" que elegir qué quieren estudiar. Para algunos está más
claro que el agua, ¡Yo quiero ser farmacéutico! ¡Y yo médico! Espera, espera,
yo... ¡artista! ¡Y yo [...] y lo triste es que la mayoría no saben lo que
significa una pastilla, ni la palabra eutanasia ni el sacrificio de la belleza
ni nada de nada.
Pero no se les puede culpar
porque tampoco se lo enseñamos. ¿Cómo quieren que lo hagamos? ¿Se supone que
les enseña la vida, no? ¿Y qué es la vida? Porque a mí eso sí que no me lo han
enseñado nunca, y tampoco creo que lo hagan... ¿Sacarse un moco con el dedo
índice mientras escribes en tu ordenador sobre Julia, eso es la vida? ¿O tal
vez comprar unos zapatos de cuero procedentes de algún país desconocido? ¿Llevar
el luto a tu marido después de cinco años? La respuesta, sí, sí, sí y 42 veces
sí.
Pero lo triste es que el
verano pasado Julia aún no podía haber vivido lo suficiente para que la vida le
enseñara todas esas cosas y tenía que decidir, así que eso hizo. Pensó en algo
que le pudiese llegar a gustar algún día, algo que generara alguna sugerente expectativa
porque era consciente de que a esas alturas no tenía ni idea de si aceptarían
pulpo como animal de compañía, y como en general no tenía malas calificaciones empezó
la carrera que eligió y ahora está tumbada en la cama soñando en lo que hará
mañana.
Habían cenado, ella y su hermana pequeña,
pizza de pollo, la abuela sopa, y su padre y su madre pizza de cuatro quesos.
Están en el pueblo, y este es el último año entero que va a pasar la abuela en
su casa, los adultos dirán algunas cosas
y la convencerán para que vaya a vivir con ellos a la ciudad. Julia aún no sabe
cómo, pero los adultos al parecer son capaces de oler la muerte. Y podría
pensarse que solo lo hacen con las personas mayores, pero no, porque hoy
casualmente, han cenado su pizza favorita y no le han reñido por no haber hecho
nada "productivo" durante todo el día aun sabiendo que pronto llegará
septiembre y tiene que recuperar alguna que otra asignatura de la carrera que
hará que su vida sea plena y satisfactoria. Es como si de alguna manera
supieran lo que piensa y todo lo que quiere hacer mañana y mientras sus padres
disfrutan de una noche de domingo en una gran habitación, su
hermana sueña con alguna dichosa aventura y su abuela rememora los tiempos de
antaño, todos se preparan para afrontar otro día lleno de acciones
intrascendentales y sucesos rutinarios del día ajetreado que conlleva la
preceptuada vida moderna, y ella sonríe y deja escapar una lágrima, simplemente
porque siente que hoy ha sido un gran día.
Hoy ya es mañana, y Julia
busca en google "tartas caseras" y rápidamente le sale la entrada de
"tartas caseras fáciles de hacer" pero no le da a esa opción porque
en las películas siempre dicen que las mejores cosas nunca son fáciles, y elige
la primera página que aparece: "recetas de tartas caseras", busca
alguna que pueda llegar a ser muy dulce por lo que elige la de queso y fresa y
se dispone a juntar los ingredientes. Los padres están trabajando, la hermana
jugando en la calle y la abuela frita en el sofá.
Se dirige a la cocina y
rebusca para encontrar lo necesario, una vez reunido todo se pone manos a la
obra: pone en un bol la harina el azúcar, los huevos y el yogur, ensucia todo
un poco y justo en el momento en que tiene que verter la mezcla se acuerda de
que le falta algo. Abajo en el pequeño sótano, habían guardado como recuerdo una
vieja tartera de cobre que ya no se usaba porque habían dicho que era malo para
utilizarlo en la cocina por el cardenillo y todo eso aunque para aquella tarta,
piensa Julia, sería ideal. Deja todo como está, baja, y cuando sube con la
tartera es interceptada por la abuela y ésta le pregunta que para qué la quiere,
Julia le dice que para nada yaya, espera a que la abuela vuelva a sus
quehaceres matutinos en el sofá y se dirige a la cocina, vierte la mezcla, lo
mete todo al horno, espera y mientras tanto dubita un poco.
Y al rato una vez
que ya tiene la tarta hecha la esconde
en el armarito de los cacharros viejos. La esconde porque le ha puesto una
sobredosis de pastillas marca inserso importante y no la mete a la nevera
porque el cobre enfriará rápido y porque no quiere que nadie la vea. Y mientras
reposa el acto delictivo, se va al salón.
-
¿¡Abuela quieres que encienda la tele!?
-
¡Ay, la tele, pues en mis tiempos...!
Y el bucle fantasioso vuelve
de nuevo, representándose una vez más en la casa de pueblo de la abuela de
Julia, y Julia se aburre, ¡pero no le malinterpretes!, le encantaría pasarse el
día escuchando historias con mensajes de tiempos idílicos pero es que ella
nunca los ha vivido ni los vivirá y prefiere pensar en el presente y pensar en
qué es lo que ella hace ahí, sentada, en un día tan caluroso de verano.
"Tendrá" que esforzarse al máximo para recuperar las asignaturas para
poder seguir estudiando algunas cosas que francamente, no le interesan en
absoluto, durante 4 o 5 años más para, tal vez, encontrar trabajo, buscar
pareja y tener hijos, seguir trabajando, jubilarse y ya si eso descansar en paz
y podría teorizar, en este preciso momento, acerca de alguna sociedad distópica
en la que sí se viviera pero le da una pereza horrible porque a la vez está
pensando en aquellas mentes que sí están real y exóticamente oprimidas y
mientras lo hace se siente sucia por tener cargo de conciencia.
Radio en mis tiempos esto no
pasaba se escucha de fondo y deja entrever de soslayo el porqué del chocolate, la música,
el cine, los condones e incluso los libros; y es que el hombre se está muriendo
solo y mientras lo hace, se aburre enormemente e intenta enmascarar con
píldoras camaleónicas los ciclones que él mismo desata y de repente la abuela aprieta
la muñeca de Julia y le dice que por
favor le diga a sus padres que ella se quiere quedar en el pueblo y que no
quiere irse a vivir a la ciudad y Julia le dice que sí, que no se preocupe que
el fin de semana se lo dirá, y enchufa la televisión, se levanta para poner la
mesa y servir la comida, llama a su hermana con un grito a través de las
ventanas abiertas del salón, y las tres se ponen a comer, en silencio, mientras
la televisión ya ha empezado a hablar y Julia se sigue sigue preguntando si esa es realmente la vida que quiere o es la que irremediablemente esperan los demás de ella e innegablemente, la que acabará por vivir aun a sabiendas de que la mayoría de sus elecciones no habrán sido libres por mucho que pudiesen haberlo parecido y que perfectamente sabe que por mucho que se esfuerce en hacerlo jamás llegará a ser feliz completa y llanamente de la manera que dictan e impera en esa, su sociedad.
Y su hermana y ella ponen el
lavavajillas y se suben a su dormitorio, y Julia va a echarse una última siesta
antes de comerse la tarta de queso y fresa. Pero antes de dormirse su
hermana le pregunta si le podrá acompañar a comprar algo a las rebajas porque
este año ya no llevará uniforme y quiere comprarse ropa nueva y no sabe muy bien cual elegir porque no
quiere dejar de ir a la moda. Julia asiente, ¡porque ya ha pasado por esa edad y
sabe lo cruel que se puede llegar a ser cuando tienes 14 años! y mientras tanto
su hermana concilia tranquila el sueño.
La quebradiza duermevela se disuelve
lentamente mientras Julia intenta despertarse y los escombros del sueño le
acechan desde las sombras ¿sería oportuno hacer una carta de despedida? Más que
nada, si lo hiciese, sería para que ninguno de sus familiares se sintiese
culpable y no tuviese que cargar con el temido "y si hubiera hecho esto o
aquello todo habría sido distinto", pero mientras esta idea le sobrevuela
la cabeza, le cuesta levantarse y no puede evitar pensar si de verdad quiere
bajar a la cocina para abrir el armarito de los cacharros viejos. Ahora está
indecisa, no sabe qué hacer.
¿Y tú, si fueses nuestra
Julia, qué harías, lo apostarías todo a un futuro incierto lleno de pragmáticos
paradigmas en el que luchas sin descanso por conseguir intentar comprender lo
que la efímera realidad de la felicidad significa para que un día, por
casualidades de tu vida, estés leyendo esto o te tomarías ahora esa apetitosa
tarta?
Y es entonces mientras terminas
de leer esta última frase y mientras, quizás, te lo estás pensando, cuando de
repente un sordo golpe se cuela a través de la mosquitera, de la persiana medio
bajada y de la ventana abierta de par en par del dormitorio color rosa palo
salpicado de gotéele. La abuela se ha tirado por la ventana y tu hermana sigue
durmiendo.
Nota, para ti,: Obviamente, en este pequeño relato NO se incita al suicidio ni se propone como factible solución ante los problemas de la vida, ya que toda esta historia es ficticia y se apoya en una personal reflexión moral acerca de las inquietudes "filosóficas" de el adolescente que es empujado hacia una vida confusa y llena de restricciones y reglas impuestas por otros, y que aparentemente garantizan de modo seguro la felicidad.
Desde esta visión, pueden existir varios finales al relato, uno en el Julia sigue a su abuela e irremediablemente pierde en el juego de la vida, y otra en la que sigue con su vida tal y como se espera de ella cosa que tampoco impedirá que cree sus propios valores y viva según le parezca razonable (respetando los límites, claro está) y lo más importante, pueda seguir quejándose. (Me encantaría explicarte este último detalle, pero eso lo dejamos para otra entrada:)
- Película o libro (tú eliges) recomendados: Las horas de Michael Cunningham y Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides. Debo decir que, en este caso, puede hablarse de la excepción a la frase "Siempre el libro es mejor que la película".